El propósito del Concurso Internacional de Arte, actualmente en su décima edición, es mostrar la amplitud y diversidad de la producción cultural de los Santos de los Últimos Días y poner de manifiesto los diversos estilos, técnicas, materiales y expresiones del arte mormón. Tales esfuerzos amplían el catálogo de las conocidas imágenes que decoran los pasillos de las capillas, a fin de incluir nuevas formas de representación de preciados temas del Evangelio e incrementando así nuestro legado cultural y patrimonio visual.
Partiendo de las 944 aportaciones procedentes de más de cuarenta países, un jurado compuesto por cinco miembros ha elegido a los finalistas de este año. Los artistas enviaron obras en respuesta al tema “Dime la historia de Cristo”, en línea con los cursos de estudio de la Escuela Dominical del año 2015. Muchas de las obras de arte exploran relatos del ministerio terrenal del Salvador tal como se registran en el Nuevo Testamento, mientras que otras incluyen las experiencias de los artistas al acercarse más al Salvador.
En última instancia, el deseo del Museo de Historia de la Iglesia es que los visitantes lleguen a ver a Jesús el Cristo de maneras nuevas y singulares, avivando así su comprensión del Hombre de Galilea.
Las obras de arte que se incluyen en esta exposición exploran diversas representaciones de la vida terrenal de Jesús: creciendo como el niño de Nazaret, sanando a los enfermos, pronunciando las Bienaventuranzas en el Sermón del Monte, llamando a los apóstoles, presente en el Monte de la Transfiguración y declarando ser el Hijo de Dios. Estas representaciones son un reflejo de los muchos nombres que de Él se encuentran en las Escrituras: “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6). Tales títulos testifican de las muchas formas en que Jesús socorre a Su pueblo y ofrece una Expiación individual, universal en su aplicación.
Presentamos este conjunto de obras, una pequeña muestra de la producción cultural mormona contemporánea, como testimonio que se unirá a “los testimonios solemnes de millones que han muerto, así como de millones que viven, unidamente lo proclaman divino, el Hijo del Dios viviente, el Redentor y Salvador de la raza humana, el Juez Eterno de las almas de los hombres, el Escogido y Ungido del Padre, en una palabra, el Cristo”. (Élder James E. Talmage).
A lo largo de las historias de Cristo encontramos sanaciones milagrosas así como actos de servicio y un profundo amor hacia los que están solos, los oprimidos, los forasteros y los pecadores. Tales actos testifican no solo del deseo del Salvador de salir en busca de la oveja perdida de Su rebaño, sino también el modo en que Él nos considera más importantes de lo que lo hacemos nosotros mismos. Mediante el amor que nos ofrece y Su sacrificio expiatorio, podemos cambiar y cobrar ánimo. Lo que se requiere de nosotros, pecadores, es una conversión como la del hijo pródigo que, en indigente desesperación, dijo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lucas 15:18). Al confesar, convertirnos y volvernos al Salvador, somos transformados, se nos perdona y nacemos de nuevo. Esperamos que las obras de arte que aquí se muestran nos inspiren, por medio de la historia de Cristo, a venir a Él y tomar sobre nosotros Su yugo. La promesa del Salvador es que “hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:29–30).